domingo, 7 de abril de 2013

El mercenario parlanchín, por Kiyoshi Shigematsu. Lost Odissey, 1000 años de sueños...


Los baluartes caerán en manos del enemigo.Es cuestión de tiempo.Iniciarán el ataque al amanecer.El grueso de las fuerzas aliadas ya se ha retirado del frente.


Tras la barricada solo quedan los mercenarios.Sus órdenes: defenderla hasta la muerte.Estos hombres, curtidos en innumerables batallas, saben muy bien lo que eso significa.


-Nos han abandonado a nuestra suerte –dice Toma riendo entre dientes en medio de una negrura opaca que impide a los hombres ver más allá de sus narices-. Quieren que ganemos tiempo para que el grueso pueda seguir replegándose. Se supone que somos su escudo y que prestamos un último servicio a nuestros jefes.


Su risa seca y áspera estremece la oscuridad.


Kaim no contesta. Tiene que haber más mercenarios alrededor de ambos, ocultos en la noche, pero todos guardan sus pensamientos para sí mismos.


En el campo de batalla los mercenarios no tienen nada que contarse.


En el siguiente combate podrían estar luchando en bandos opuestos. Sobre todo en un momento como este, en que tienen que defender la barricada del ataque demoledor del enemigo, no pueden permitirse mirarse a la cara siquiera.


Kaim no sabe nada acerca de este combatiente llamado Toma. Su voz es la de un hombre joven. Lo más probable es que tenga poca experiencia como mercenario.


Cuando a un hombre le da por hablar al enfrentarse a la muerte es que, en el fondo, adolece de un punto débil que le impide convertirse en un auténtico soldado.


Un mercenario que dé la menor señal de tener este defecto jamás podrá engañar a la muerte y vivir para contarlo.


Es la ley del campo de batalla, aunque los hombres como Toma no la descubren hasta el momento en que pierden la vida.


-Esto es el fin. Por la mañana estaremos todos muertos. Nos darán esa “bienvenida fría” de la que hablan. No lo soporto. Es superior a mis fuerzas.


La oscuridad envuelve el silencio con que sus compañeros le responden. Es demasiado tarde para hablar de esto.


El día que eligieron la senda de los mercenarios deberían haberse resignado a morir.


Se venden por un puñado de dinero.


Alargan su vida, un enemigo tras otro.


Un mercenario es eso, ni más ni menos.


-Eh… ¿Es que no me oís? ¿Cuántos somos? Vamos a morir todos juntos. Al amanecer formaremos una hilera de cadáveres.


No os calléis. ¡Decid algo!


Nadie contesta. En lugar de llenarse con las voces de sus compañeros, la oscuridad empieza a llenarse con un silencio incómodo.


Aguarda la batalla en silencio, combate al enemigo en silencio y muere en silencio.


Es la regla del mercenario, su “estética”, por así decirlo.


Sin embargo Toma ha decidido obviar esa estética.


-Desde el principio he sabido que era inútil. Los del cuartel general han perdido la cabeza. Es imposible que una estrategia así funcione. Vosotros sabéis a qué me refiero, ¿verdad, compañeros? Vamos a perder. Esto es un desastre. Ojalá me hubiera unido al otro bando. Entonces sí que nos hubiéramos hecho ricos. Podríamos beber hasta caer redondos. Podríamos tener todas las mujeres que quisiéramos. Tuve la oportunidad de elegir pero al final escogí luchar en el bando equivocado…


-¡Eh, tú! –exclama un veterano anónimo con tono airado.


-¿Qué? –contesta Toma, emocionado por que al fin alguien quiera hablar con él.


Como para hacer añicos su efímero entusiasmo, el veterano continúa: -¿Por qué no te callas un poco? Si de verdad quieres largarte de aquí, puedo hacer que te vayas al otro mundo antes que los demás.


-Lo… lo siento.


Abatido de repente, Toma guarda silencio y todo vuelve a quedar en calma.


Sin embargo el ambiente es tenso. Mucho más tenso incluso que antes de que Toma se pusiera a hablar.


Los veteranos lo saben muy bien: cuidado con los parlanchines.


Ser parlanchín significa confiar en las palabras –confiar demasiado en las palabras-.


En el campo de batalla la charlatanería no vale para nada. Cargas con tu arma en silencio, te das ánimos en silencio, luchas en silencio, matas –o te matan- en silencio. Aquí todos los mercenarios viven así. Todos excepto el parlanchín.


Es muy probable que el soldado que se refugia desesperadamente en las palabras acabe cediendo a otras cosas: a la dulce escapatoria de la traición, por ejemplo, a las mieles de la deserción en pleno combate o al alivio de la demencia.


Kaim ha visto a muchos mercenarios patéticos que, incapaces de soportar el terror de verse cercados por el enemigo, se desquician y atacan a los de su propio bando.


¿Será Toma de esos? Es muy posible y sin duda los demás también lo creen. Lo miran igual que si de su peor enemigo se tratara, en busca de cualquier cambio de comportamiento. En cuanto perciban en él la menor señal de amenaza, alguien hundirá su espada en el lado izquierdo de su pecho sin miramientos.


El silencio se prolonga.


Esta noche, a diferencia de la anterior, ni siquiera se oye el canto incansable de los insectos. Tal vez huyeran al presentir el ataque del enemigo al amanecer. Esto le recuerda a Kaim que ayer tampoco vio ningún pájaro por la zona. Aunque los animales se acercaban para rapiñar comida cuando los hombres llegaron para levantar la fortificación, hace días que no se ve ninguno.Los animales conservan una misteriosa capacidad de presentir el peligro que los humanos han perdido. Esto resulta estremecedor cuando se visita un campo de batalla.


No cabe duda de que los animales han huido de esta barricada.


Ahora mismo, en algún bosque lejano, habrá alguna bandada de aves negras volando en busca de restos humanos que descarnar:


“¡El festín aguarda, amigos!”


Lo intuyen, de alguna manera. Para cuando el sol se haya alzado del todo, la batalla habrá terminado. Si no se dan prisa, otra bandada del bosque les arrebatará el alimento. Esos pajarracos negros, camuflados bajo el cielo nocturno, estarán aleteando con todas sus fuerzas.


Una voz quiebra el silencio. Es Toma, que llora.


-Escuchad, compañeros… No sé cuántos somos, pero al alba vamos a morir todos… o la mayoría. Tal vez sobrevivan uno o dos, pero no más. Pensadlo bien: no hay salvación. Ya habéis vivido esto antes. Sois veteranos, héroes de guerra, quizá ni siquiera estéis asustados. Pero aun así… Aunque no tengáis miedo, ¿no os parece una estupidez todo esto? ¿Eh? ¡Hablad! Habéis participado en muchas más batallas que yo, así que decidme… ¿Para qué demonios estamos aquí? No odiamos al enemigo, no les debemos nada a los líderes de nuestro bando, pero tenemos que obedecer sus órdenes y aniquilar al enemigo… Todo para acabar muertos. Decidme… ¿No os parece inútil? ¿No os parece absurdo?


La única respuesta es el chasquido de impaciencia que alguien hace con la lengua seguido del suspiro de fastidio de otro combatiente anónimo.


-No lo soporto más –masculla Toma-. Lo odio… -dice ya sollozando-.


Yo solo quería ganarme un dinero y poder comer y vestir mejor. Hubiera sido feliz así. Qué tremendo error elegir este trabajo. Nunca debería haber aceptado…


Kaim mantiene todos sus sentidos aguzados, atento a cualquier movimiento en la oscuridad.


Aparte de Toma y él, hay otros cinco soldados en cuclillas. Bien: todos son guerreros experimentados. De lo contrario no hubieran aguantado el lloriqueo de Toma. Si perdieran los estribos y empezaran a gritarle, lo agarraran del cuello o le dieran una paliza, acabarían agotados y desmoralizados antes de empezar el “trabajo” al amanecer.


Si estos hombres saben mantener la calma, sus posibilidades de sobrevivir son mucho mayores, suponiendo, claro está, que el parlanchín llorica no se convierta en una carga insoportable para el resto.


Sin dejar de gimotear, Toma sigue maldiciendo su suerte.De pronto ocurre algo: algo se mueve en la oscuridad.


Cuidado, piensa Kaim, que sube aún más la guardia.


Cuando amanezca, Toma no será más que un lastre. Por su culpa, las posibilidades de sobrevivir se reducen. Los mercenarios lo sabe y por eso harán lo que haga falta para aumentar las probabilidades de salir de esta con vida.


-No quiero morir aquí, muchachos. Aquí, ahora, como un perro sarnoso. Vosotros pensáis igual, ¿verdad?


Una abertura entre las nubes deja pasar la luz de la luna.


Por un momento, el rostro surcado de lágrimas de Toma se puede distinguir en la negrura. Es aún más joven de lo que Kaim había deducido por su voz. Es solo un muchacho.


Las nubes ocultan la luna de nuevo y la oscuridad opaca lo envuelve todo otra vez.


Se distingue un destello débil en el corazón de la noche.


Sin decir nada, Kaim sale corriendo como el viento hacia él.


En el espacio de un rayo de luna pudo calcular la distancia que lo separaba de Toma.


Kaim coge a Toma por el brazo. Algo duro cae al suelo. La luz frágil vuelve a centellear, esta vez a los pies de ambos, antes de que se la trague la oscuridad.


Un cuchillo.


Presa del pánico, Toma intentaba cortarse el cuello.


Se revuelve para que Kaim lo suelte, pero este le asesta un golpe en el plexo solar.


Sin hacer el menor ruido, Toma pierde el conocimiento.


Con el muchacho a cuestas, Kaim se abre paso en la oscuridad.


Al final Toma se despierta y patalea para liberarse.


-¡Para! ¡Suéltame!


Kaim lo deja en el suelo.


-De vez en cuando entra algún rayo de luna. Oriéntate con el próximo. Camina derecho hacia la luna –le explica Kaim con amabilidad.


-¿De qué demonios estás hablando?


-Es la única manera de salir de aquí.


Kaim ha escogido la parte más débil del cerco del enemigo. Por supuesto, no hay garantías de que escapar de aquí sea su salvación En adelante, Toma tendrá que confiar en su suerte y habilidades.


-¿Tú también vienes? –pregunta Toma.


-No, yo vuelvo. Vete solo.


-¿Por qué? Ven tú también.Vayámonos los dos. ¡Ven conmigo!


Toma agarra a Kaim por el brazo para suplicarle que lo acompañe pero Kaim le da una bofetada seca. Sus mejillas tiernas evidencian que no es ningún veterano de guerra. Su piel es la de un jovenzuelo, la de un niño.


-Vete solo.


-¿Pero por qué?


-Porque así sobrevivirás.


-¿Y tú? Tú también querrás vivir, ¿no? Deberías escaparte conmigo. ¿O es que quieres morir?


¿Quieres vivir?


No, Kaim no siente un gran aprecio por su vida. Si vive es por que no puede hacer otra cosa. Vive porque no le queda otra opción. Toma es demasiado joven, demasiado débil, para imaginar el dolor de una vida así.


-Vivimos para luchar. Es lo que hacen los mercenarios.


-Pero…


-Desaparece. Lo estás echando todo a perder.


-Nunca ganaréis esta batalla. ¿Por qué no escapar?


-Nuestro trabajo es combatir.


Dicho esto, Kaim se da media vuelta y se vuelve por donde vinieron.


Toma permanece inmóvil viendo cómo Kaim se aleja hasta que por fin decide echar a correr hacia el bosque del Oeste.


Luchar o huir: Kaim no sabe cuál es la mejor manera de sobrevivir.


Cree que es preferible no saberlo.


Aunque…


-Espero que lo consigas, muchacho –murmura mientras sigue adelante.


El cielo empieza a clarear por el Este. Pronto empezará el ataque despiadado del enemigo.


Unos pájaros emprenden el vuelo desde los árboles del bosque del Oeste.


Puede que se haya desatado una batalla menor. O tal vez el pobre aprendiz de mercenario haya caído presa del enemigo.


Kaim no mira atrás ni interrumpe su paso.


Está seguro de que ya conocía al mercenario parlanchín. Antes de que estallara la guerra, el muchacho vendía fruta en el mercado de la carretera. Era un buen chico, cuidaba de su madre, según las mujeres del mercado.


Que tengas una vida larga y plena, le desea Kaim, que sigue caminando con la vista fija en el resplandor del cielo del Este.


Fin


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