En la mente del cautivo, por Kiyoshi Shigematsu. Lost Odissey, 1000 años de sueños.
Pero no puede reprimir el impulso que brota del interior de lo más hondo de su cuerpo.
Necesita hacerlo, arrojar su cuerpo entero contra los barrotes.
No sirve de nada.
Su cuerpo simplemente rebota contra los gruesos barrotes de hierro.
-¡Número 8! ¿Qué demonios estás haciendo?
El grito furioso del guardia resuena por el corredor.
Nunca llaman a los prisioneros por su nombre, solo por los números de sus celdas. Kaim es el número 8.
No dice nada. En su lugar, arremete con el hombro contra los barrotes.
Los sólidos barrotes de hierro nunca se mueven. Tan solo le dejan un dolor sordo y pesado en los músculos y huesos condicionados a la perfección.
Esta vez, en lugar de gritar de nuevo, el guardia hace sonar su silbato y los otros guardias vienen corriendo desde su puesto.
-¡Número 8! ¿Qué hace falta para que lo entiendas? ¿Quieres que te metamos en la celda de castigo? A mi no me mires así. Empieza a resistirte y todo lo que conseguirás será quedarte más tiempo aquí.
Sentado en el suelo de su celda, con las piernas separadas, Kaim ignora los gritos del guardia.
Ha estado en la celda de castigo muchas veces. Sabe que lo han tachado de "prisionero altamente rebelde".
Pero no puede evitarlo.
Algo se retuerce dentro de él.
Algo cálido atrapado dentro está bullendo y convulsionándose.
-Vaya, un héroe de guerra has resultado ser. Aquí no vales nada. ¿Qué te pasa, soldadito? ¿No puedes hacer nada sin un enemigo mirándote a la cara?
El guardia de al lado se burla de Kaim con una carcajada.
-Lo siento mucho por ti, colega, aquí no hay enemigos. Tampoco nadie de tu bando. Te hemos encerrado completamente solo.
Cuando los guardias se marchan, Kaim se enrosca en el zulo, agarrándose las rodillas, con los ojos muy cerrados. Completamente solo...
El guardia tiene razón. Pensé que estaba acostumbrado a vivir solo. En el combate, en la carretera.
La soledad de esta prisión es más profunda que cualquiera que haya sentido antes.
Y da más miedo.
Paredes por los tres lados, y más allá de los barrotes nada salvo otra pared cerrando el estrecho corredor.
Esta mazmorra se construyó para evitar que los prisioneros se vieran, o que incluso sintieran la presencia de otros.
También la falta total de cambio en la vista paraliza el sentido del tiempo. Kaim no tiene ni idea de cuántos días han pasado desde que lo metieron aquí.
El tiempo sigue fluyendo, eso es seguro. Pero sin un sitio al que ir, simplemente se estanca dentro de él.
La verdadera tortura que infringe una prisión a un hombre no es privarle de la libertad ni obligarle a sentir la soledad.
El auténtico castigo es tener que vivir en un sitio en el que nada se mueve jamás dentro de tu campo de visión y el tiempo nunca discurre.
El agua de un río nunca se pudre, pero enciérrala en un recipiente y eso es exactamente lo que hará con el tiempo.
Aquí ocurre lo mismo.
Quizás partes de su cuerpo y su mente muy dentro de él ya han empezado a despedir un hedor a podrido.
Kaim, consciente de ello, se levanta del suelo de nuevo y se estampa contra los barrotes una y otra vez. No existe la más remota posibilidad de que al hacerlo se rompa un barrote. Tampoco piensa que pueda lograr escapar de esta forma. Aun así, lo hace repetidas veces. No puede evitarlo. Tiene que hacerlo una y otra vez.
En cada intento, justo antes de que su cuerpo choque contra los barrotes, durante una fracción de segundo, un soplo de viento le toca la mejilla. El aire inamovible se mueve, aunque solo sea por ese breve intervalo. El tacto del aire es lo único que le da a Kaim un indicio incompleto de fluir el tiempo.
Los guardias vienen corriendo con caras cargadas de ira.
Ahora veo formas humanas donde antes solo había una pared. Eso solo es suficiente para animarme. ¿Acaso los guardias no comprenden eso?
-Muy bien, número 8, te toca la celda de castigo. Veamos si tres días allí te calman las ideas.
Los labios de Kaim se relajan en una sonrisa cuando se oye la orden.
¿Es que estos tipos no lo entienden? Ahora el paisaje cambiará. El tiempo empezará a fluir de nuevo. Eso me reconforta.
Kaim ríe en voz alta. Los guardias le atan las manos a la espalda, le ponen cadenas en los tobillos y se dirigen al cuarto de castigo.
-¿De qué te ríes, número 8?
Eso, para ya o el castigo será aún peor.
Pero Kaim sigue riendo. Riendo a pleno pulmón.
Si lleno los pulmones con aire nuevo, ¿desaparecerá el hedor? ¿O acaso mi mente y mi cuerpo están ya tan podridos que no puedo librarme del hedor tan fácilmente? ¿Cuánto tiempo van a tenerme aquí encerrado? ¿Cuándo saldré de aquí? ¿Será demasiado tarde entonces? Cuando todo esto haya podrido, ¿seré menos una persona que una cosa, como cuando nuestras tropas contaban los cadáveres enemigos?
Kaim apenas puede respirar.
Es como si le sacaran el aire del pecho y el insoportable dolor lo llevara de vuelta del mundo de los sueños a la realidad.
¿Estaría en prisión en un pasado muy remoto? se pregunta a medias en el espacio entre el sueño y la realidad.
Ha tenido este sueño muchas veces ya, aunque bien podría llamarlo pesadilla. Después de despertar, intenta recordar, pero nada se le queda en la memoria. Aunque una cosa es segura: el aspecto de la cárcel y los guardias del sueño siempre es el mismo.
¿Podría ser esto algo que he vivido de verdad? Si es así, ¿cuándo ha sido?
No hay forma de que pueda decirlo.
Cuando está despierto del todo, esas preguntas que se hacía entre el sueño y la realidad se le borran de la memoria.
Se levanta con un grito, respirando con dificultad. Con el reverso de la mano se limpia los chorros de sudor de la frente, y todo lo que queda es un terror que hace que se estremezca. Siempre es así.
Ahora también. Habla entre dientes consigo mismo conforme intenta recuperar cualquier recuerdo que quede en un rincón distante de su cerebro. ¿Qué clase de vida ha tenido en el pasado?
Ahora también.
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