Una Madre vuelve a Casa, por Kiyoshi Shigematsu. Lost Odissey, 1000 años de sueños.
El chico ha perdido la sonrisa pero lo niega. -No seas tonto, Kaim. ¡Mira! Estoy sonriendo, ¿ves?
Fuerza una sonrisa y deja ver sus dientes marfileños, que contrastan con su piel morena. -Si esto no es una sonrisa, ¿Qué es? Kaim asiente el silencio. Le da una palmada en el hombro como para decir: “Claro, claro” Venga, en serio, mírame. Estoy sonriendo ¿vale? -Sí, estás sonriendo.
Bueno, déjalo. Venga, vamos.
El chico es afable y abierto. Se hizo amigo de Kaim en seguida mientras los demás habitantes del pueblo se mantenían alejados del “extraño forastero”. Tampoco es que el chico eligiera al milenario Kaim como amigo.
Lleva a Kaim a la taberna, que hoy todavía no ha abierto. Odio pedirte que hagas esto pero...si no te importa, por favor. La voz del chico parece haberse apagado. En la taberna hay un hombre que emite un alarido de borracho. Hoy parece más perjudicado de lo normal. Kaim reprime un suspiro y entra en la taberna. El hombre que ocupa el taburete es el padre del chico, ebrio de nuevo ya al mediodía. El chico ha venido para llevárselo a casa. Mira a su padre con ojos tristes.
Kaim toma al padre por el hombro y aparta de él con disimulo la botella de whisky. -Ya basta por hoy- dice. El hombre se quita de encima el brazo de Kaim y se derrumba sobre la barra. -Os odio- gruñe. Lo sé -dice Kaim-. Pero es hora de volver a casa. Ya has bebido bastante. Óyeme bien, Kaim. ¡Vagabundo! Os odio. Os odio tanto, tanto, tanto.
El padre siempre se pone así cuando se emborracha: Maldice a todos los “vagabundos”, se pelea con cualquiera que tenga aspecto de viajero y termina durmiéndola en el suelo. Su hijo es demasiado pequeño para llevárselo a casa. Kaim suspira y vuelve a sostener al padre bebido para que no se caiga del taburete.
El chico mira a su padre, sus ojos dos pozos de tristeza, rabia y lastima. Cuando mira a Kaim, se encoge de hombros como para decir: “Lamento hacerte pasar por esto”. Sin embargo, Kaim está acostumbrado. Lleva un año viendo al padre como una cuba casi a diario, desde que el chico y él se quedaron solos. -Oh, vamos...-dice el chico forzando una sonrisa como si se resignara a la situación-. Pobre papa...Pobre de mí.
Con el padre apoyado en el hombro, Kaim sonríe al chico y le dice: -Si, pero procura no acabar emborrachándote igual que el. Perdona -replica el chico sacando el pecho-. A veces los niños aguantamos más que los adultos. Kaim amplia la sonrisa, como dándole la razón. “Claro que la tengo”, contesta el chico con la sonrisa que le devuelve. Es la única que el niño de diez años ha conseguido esbozar en todo el año: Tan amarga que te entumecería la lengua si pudieras saborearla.
La madre del chico (la esposa del padre) se marcho de casa hace un año. Se enamoro de un vendedor ambulante y abandono al chico y a su padre.
-Mama estaba aburrida -dice el chico con frialdad al recordar la infidelidad de su madre-. Se canso de hacer lo mismo cada día. Entonces lo conoció. A la tierna edad de diez años, el chico ya ha aprendido que algunas historias hay que contarlas con naturalidad.
El padre nació y se crió en este pueblo y trabajaba en la oficina de la administración. No tenía ningún talento especial, aunque su oficio no requería ningún virtuosismo ni demasiada inteligencia. Lo único que tenía que hacer era cumplir órdenes con diligencia y sumisión, y eso era exactamente lo que hacía, año tras año, sin causar nunca ningún problema. -Decía que nuestra vida era “tranquila”, aunque mama no opinaba igual. Se quejaba de que era “normal” y “aburrida”. Le atrajo la vida del astuto vendedor ambulante. Le parecía arriesgada y emocionante, como caminar por lo alto del muro de una prisión, si pisas mal, acabaras encerrado.
-Papa le decía a mama que el vendedor le estaba engañando, que solo la quería por el dinero, pero no conseguía hacérselo entender. Mama se había olvidado de nosotros. Con absoluta objetividad, como si lo viera todo desde fuera, el chico reflexiona sobre la tragedia que hundió a su familia. -Había oído que el amor es ciego. ¡Vaya si lo es¡- exclama a la vez que se encoge de hombros y esboza una sonrisa sardónica de adulto desengañado.
Kaim guarda silencio. También se dice que los niños deben ser inocentes, aunque algo así no debe de tener mucho sentido para un pequeño que ha perdido el amor de su madre. Y aunque Kaim intentara hablar con él, el chico intentaría quitarle importancia con una media sonrisa y diciendo: “ A veces los niños aguantamos más que los adultos.”
El padre del chico, sin embargo, muestra su desagrado cuando su hijo se expresa como si fuera mayor. -Este mocoso ha espabilado mucho. Ahora me desprecia. Cree que soy patético. En el fondo ríe de mí por dejar que mi esposa se fuera con otro, el maldito. Le molesta sobre todo cuando esta borracho. Entonces su desprecio asfixia el cariño que siente por su hijo. A veces incluso lo abofetea, o lo intenta. Cuando se ha pasado con la bebida. Al niño no le cuesta esquivar los sopapos, con lo que su padre termina cayéndose al suelo.
Pero aunque se esté ahogando en un mar de licor, a veces recupera la cordura y empieza a hacer preguntas. -Dime, Kaim, tu llevas mucho tiempo viajando, ¿verdad? Pues sí. ¿Es tan emocionante como parece? Visitar ciudades desconocidas, conocer gente nueva no puede ser tan...¿Tan maravilloso es que lo dejarías todo por vivir siempre así? Pregunta lo mismo una y otra vez. Kaim siempre responde lo mismo. Unas veces disfrutas más y otras menos. No sabe que mas decir.
-Sabes, Kaim, nunca he salido de este pueblo. Tampoco mi padre, ni mi abuelo, ni mi bisabuelo ni ninguno de mis ascendientes. Siempre hemos vivido y muerto aquí. La familia de mi esposa también. Llevan generaciones echando raíces aquí, así que no entiendo porque lo hizo. ¿Por qué se marcho?, ¿Por qué esa necesidad acuciante de dejarnos a mí y su hijo? Kaim sonríe sin decir nada. No se puede responder a algo así con palabras. Por mucho que intentara explicársela, la razón por la que algunas personas se lanzan a la aventura no se puede hacer entender a quienes no sienten esa ansia. El padre es de los que nunca entenderán.
Incapaz de obtener una respuesta de Kaim, se hunde de nuevo en un mar de embriaguez. -Tengo miedo, Kaim -confiesa-. Tal vez mi hijo también lo haga. Puede que algún día se marche y me deje aquí solo. Cada vez que lo oigo hablar como un adulto, me asusto tanto que no lo soporto.
La madre del chico acaba regresando. El vendedor ambulante le quito todos sus ahorros y en cuanto vio que ya no le serbia para nada, la dejo. La madre, deshecha física y mentalmente, solo tiene un sitio al que ir, el hogar que abandonó. Primero envía una carta desde el pueblo vecino, de la que su marido, después de leerla una y otra vez con el corazón emponzoñado de licor, se ríe burlonamente. -Le está bien empleado a esa bruja. Se deleita haciendo pedazos la carta delante de Kaim, sin enseñársela antes a su hijo.
Kaim se lo cuenta al chico y le pregunta: ¿Qué quieres hacer?. Decidas lo que decidas, cuenta conmigo. ¿Decida lo que decida? -repite el pequeño con su sonrisa de desencanto-. Si quieres marcharte de este pueblo, te proporcionare dinero suficiente para que te las arregles durante una temporada -dice Kaim-. Puedo hacerlo Su semblante es de absoluta seriedad.
El padre no tiene la menor intención de perdonar a su esposa. Seguramente la rechazara si esta se presenta, y tal vez incluso ponga una sonrisa de venganza. No obstante, Kaim sabe que si la madre no vuelve al hogar y abandona el pueblo para siempre, el padre volverá a beber cada día, maldecir la infidelidad de su esposa, a lamentar su suerte, a pagarla con los forasteros y a mostrar todo el tiempo lo peor de sí mismo a su hijo. Las largas temporadas que Kaim ha pasado en el camino se lo han enseñado. Viajar continuamente significa conocer todo tipo de gente y no cabe duda de que el padre del chico es uno de los hombres más débiles con los que se ha tropezado nunca.
Podrías reunirte con tu madre y vivir en otro pueblo. O, si prefieres ir solo a alguna parte, yo podría conseguirte un trabajo. Kaim cree que cualquiera de las dos opciones es preferible a que el chico siga viviendo así con su padre. Pese a todo, el chico, que parece intrigado, mira a Kaim a los ojos y le muestra sus dientes blancos. Llevas mucho tiempo viajando, ¿verdad, Kaim? Pues si ¿Siempre solo? Unas veces sí y otras no... -Hmm... El chico asiente con la cabeza y, con el gesto sombrío de un adulto, dice- No acabas de entenderlo, ¿verdad? ¿El qué? Con todo lo que habrás viajado y todavía no has comprendido lo más importante. Su sonrisa triste se vuelve tan amarga como de costumbre.
Tres días más tarde Kaim entiende a que se refería el pequeño. Una mujer de aspecto cansado y vestida con harapos sale de la carretera y entra en el mercado. La gente se aparta de ella y se queda mirándola, de tal manera que forma un circulo a su alrededor. La madre del chico ha vuelto.
Este se abre paso entre la multitud y entra en el circulo. En cuanto la madre ve a su hijo, una sonrisa se abre entre sus mejillas abrasadas. Paso a paso, el niño se va acercando a su madre, demacrada y sonriente. Al principio vacila, pero en seguida se arroja a sus brazos. Llora. Sonríe. Por primera vez desde que lo conoce, Kaim lo ve sonreír como un niño inocente.
Lo siento. Lo siento mucho. Por favor, perdóname... -suplica su madre, bañada en lágrimas-. Aprieta la cabeza de su hijo contra su pecho y dice, sonriendo a pesar del llanto: ¡Cuánto has crecido!. Luego añade: Nunca volveré a abandonarte. Me quedare contigo para siempre...
Los curiosos que están más cerca de la taberna se agitan extrañados.
Ahora es el padre quien se abre paso entre la gente hasta llegar al círculo. Está borracho. Tambaleándose, se hacer a su esposa a su hijo. Mira a su mujer. El chico se queda entre ambos para proteger a su madre. ¡Papa, no! -grita-. Mama ha vuelto. Ya está bien, ¿no?. ¡Perdónala, papa, por favor! -exclama sollozando-. El padre no contesta. Los mira y cae de rodillas con los brazos abiertos.
Los abraza. La familia desmembrada está completa de nuevo. Papa, por favor. El niño llora y ríe. La madre solloza. El padre gime de pura rabia. Kaim, que ha contemplado toda la escena desde el fondo de la multitud, se da media vuelta.
¿Te vas de verdad? -le pregunta el niño a Kaim una y otra vez mientras lo acompaña a la salida del pueblo-. Si. Quiero atravesar el océano antes de que llegue el invierno. Papa ya te echa de menos. Dice que confiaba en que a partir de ahora podríais beber juntos en la taberna. Ya beberás tú con él cuando crezcas. ¿Cuándo crezca? -el chico ladea la cabeza, un tanto avergonzado, y murmura-. No sé si seguiré aquí por entonces.
Nadie lo sabe, por supuesto. Puede que de aquí a unos años el padre se vuelva a dar a la bebida porque si hijo ha abandonado su pueblo y a su familia. Y aun así... Kaim recuerda algo que olvido decirle al cobarde padre del niño. Lo llamamos “viaje” porque tenemos un hogar al que regresar. No importa cuantas vueltas de una persona ni cuantos errores cometa; mientras tenga un hogar al que volver, siempre podrá intentarlo de nuevo.
No lo entiendo -dice el niño-. Kaim recuerda algo más.
Sonríe por mí -dice por última vez poniendo la mano en el hombro del chico-.
¿Así? Le enseña sus dientes níveos y sus mejillas se arrugan levemente. Por fin puede sonreír como un niño feliz.
-Ahora te toca a ti, Kaim.
Er...Claro. El chico escruta la sonrisa de Kaim como si fuera a clasificarla. -Tal vez un poco triste -dice-. El hecho de que bromee hace que sus palabras duelan más. El niño sonríe otra vez como para instruir a Kaim. -Bueno -dice sacudiendo la mano-. Hoy me voy de compras con papa y mama. Kaim le devuelve la sonrisa y echa a caminar.
Entonces oye al chico gritar su nombre por última vez: -¡Aunque esto sea un adiós, no pienso llorar, Kaim! ¡A veces los niños aguantamos más que los adultos! Kaim, sin mirar atrás, responde despidiéndose con la mano. La expresión del chico cambiaría si cruzaran la mirada. Decide ser fuerte hasta el final.
Kaim sigue adelante. Tras un breve descanso, su viaje sin un hogar al que regresar comienza de nuevo. Un viaje sin un hogar al que regresar: los poetas lo llaman “errar”.
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